jueves, 30 de mayo de 2013

Adentrándome En Etapas De Ebullición



Adentrarme en una etapa vital con tanta ebullición, favoreciente para las creaciones aunque no tanto para pasar los días, es perfecto.
Perfecto para concebir tormentas, oasis, y páramos desérticos por igual y doquier, en cada esquina, sin preguntar, sin atender... Permitiendo equilibrar la corrupción y corrigiendo males al azar. Provocando vida y muerte de los mismos miedos que hoy quieren desterrar... 

No podemos negar lo que somos, somos agua, luz, pero también sombras y sed. Podemos ocultarlo, enmascararlo, engañarnos, podemos construir mundos mentirosos, podemos vivir en una mentira, podemos aferrarnos a la verdad elucubrada a partir del hastío de no poder pasar los días con la claridad suficiente para tener la cordura mental exacta como para poder atizar a quién competa con nuestras propias divisas. Podemos hasta olvidarnos momentáneamente de donde estamos, a donde vamos o si somos sol o luna, o ambos, o ninguno…
 Podemos morir a base de estallidos que provoquen un letargo indefinido a acusa de dios sabe qué…

 Pero al final no podemos negar lo que somos, podríamos cambiar un ápice, pero cada quién es quién es. La naturaleza termina por salir a la luz. A quienes sólo servimos para que nos zurren a golpes no nos queda otra que disfrutar viviendo así, porque disfruto realmente viviendo así, porque para mi no hay mejor vida. Y no pasa un día sin que le de gracias a Dios por ello.
 No conozco otra vida, y ya es tarde para conocerla. No es que sea nada malo,  y no vengáis con optimismos estúpidos y pueriles porque ya me conozco muchos cuentos similares, ninguno termina bien.
 Podemos variar de trayecto, curvos, directos, sin salida… pero estos sólo es un ínfimo porcentaje de lo que es.
 No obstante, y formidablemente, hay que ver como esto a menudo es más que suficiente para marcar la diferencia. Y es que estas pequeñas pinceladas desembocan en ríos y mares muy dispares. Tal como el vuelo de una mariposa puede transformarse en un huracán en la otra parte del mundo.

¿Y qué si no hay otra vida?, si es la que he elegido yo. Porque no todos pueden decir los mismo. Yo he elegido, y son los pasos los que definen, las pérdidas las que marcan la diferencia y distanciarse de la mediocridad el grado con el que se mide el éxito. Así que si me he definido, soy diferente y distante de muchos, ¿Acaso algo puede estar mal? Pueden haber muchos errores, no lo niego, pero estos errores no tienen defecto alguno.


¿Y cuando no ha habido nada que contar? Cuando no he sido el dueño del pasado que quemaba ideas locas, ni de la posibilidad de acercarme a algunos anhelos determinados, cuando si pudiese haber sido el dueño de un mensaje en clave me hubiese escuchado según quién, le habrían abierto una puerta a mi presente, dándole un motivo a mi futuro…
 Pero las cosas no fueron así… cuando no hubo nada que contar fue porque una figura ganó sin saber ni quiera lo que estaba en juego. Es una mofa sublime a la par que macabra. Es la razón por la cuál me he levantado los últimos días que han venido viniendo.


 La soledad te va destruyendo por dentro, te ata y amordaza, pero la hija de puta te deja una rendija para que mires lo que te pierdes, y sabes que puedes, y sabes que no debes, y sabes muchas cosas que no saben, y que no sabrán quizás. Sabes que se arrepentirán, sabes las razones, sabes los medios, ¡y joder!, Cómo te gustaría que lo supieran…
 Pero te callas porque aún están contando cuentos de esos que hablan de” risas, moda, sexo y libertad. La fiesta dura lo que una cometa”, y, jugando a ser mayores mientras en casa les esperan Papá y Mamá con la merienda en una mano y el escudo en otra, soledad…
Y duele…

Sabes, más bien rezas, que por lo menos cuando años más tarde echando la vista atrás, se den cuenta de todo lo que ni siquiera sabían que desconocían. Entonces será demasiado tarde para ti, porque ya no estarás aquí para que te escuchen decir lo que gritaban tus ojos, eso que quieres contar y de lo que no quieres dejarte nada en el tintero.
 Esperas anhelante que lleguen a tu verdad cuanto antes, aunque sabes que no lo verás hoy, pero ¿Quién sabe?

Sin saberlo muy bien, han tenido cavidad realidades que ni por asomo la hubiesen tenido ayer. Y eso es muestra lo esperpéntica que puede llegar a ser la situación. Pero no deja de ser real y verdadera.
Y te alegras, porque es tu verdad, una realidad a la cual le has dado forma porque tú, y en esencia sólo tú, has decidido engendrar.
No puedes evitar, no obstante, no sentirte apesadumbrado y afligido por lo que pudo ser y no fue, pero como un sabio me dijo una vez “Por mucho que sople el viento una montaña no podrá nunca postrarse ante él”. Acepto las verdades ajenas del mismo modo que espero que las mías sean aceptadas. Mas no os cerréis puertas, porque caminar por caminos foráneos es la mejor manera de reconciliarse con el mundo.

 He elegido, sí. Y me siento orgulloso de mis decisiones, gracias a ellas nunca he estado mejor que ahora. Es aquí donde quiero vivir, y en donde todos mis caminos habidos y por haber convergen en un fluido llamado presente. Quiero vivir en el presente.

Aunque adentrarme en una etapa vital de ebullición personal sea incierto es meramente perfecto, todo se resume en fluir, de forma racional, crítica y personal, pero fluir al fin y al cabo. Así pues mi amor por cuanto es vida me impide decir otra cosa que no sea:
 Ωβ

sábado, 18 de mayo de 2013

La Plusvalía Banal Del Mal



La plusvalía banal del mal.

 Nos gustaría, al menos a un servidor la expresión de una palabra, un concepto que condese una filosofía entera. Algo así como mi desconocido e ilustre “ΩΒ”. Alejado de sandeces y de grandilocuencias vacuas que no conducen a ninguna parte. Quiero gritarlo al circunspecto viento y cometer los errores más grandes del mundo.
Pero la complejidad me ata, y aunque intente precisar algún aspecto, por un lado me da miedo, pavor más bien, simplificarlo tanto que se opaque deformándose como tantas otras expresiones se han difuminado en el tiempo ya marchito… Por otro lado, amo la posibilidad que muere en cada instante.

Le he dado una vuelta a la concepción del mundo y no me arrepiento de nada. Me he cruzado con todo tipo de fauna.
 Perros que levantan el mundo a sus espaldas, glorias de pasados tan pasados… y sus sueños, que por puro merodeadores han acabado suicidados en la tahúr rutina del “hoy no”, he conocido héroes anónimos, y a otros que no lo son tanto.
 He vivido con ellos, he muerto, y me he vuelto a levantar.

 Pero nunca, nunca había encontrado alguien que con tanto ahínco me plante cara sin saberlo.
 Hacía ya mucho tiempo que no encontraba quién me pudiese ganar. Y más que exasperarme, que también, me fascina.
 Representa absolutamente lo contrario a lo que cabría esperar, se podría decir que a priori odio hasta cada uno de sus ademanes.
 No obstante, al mismo tiempo en mi consciencia del inconsciente se que envidio y amo desde fuera su situación. No os confundáis como a priori puede hacerlo yo, no la amo a ella. Amo una situación y una realidad que consciente o inconcientemente deje escapar. Creo que puedo decir conscientemente, es más, lo aseguro. Pero no me preguntéis luego porque puede que algún momento niegue algunas cosas.
 Y si no me arrepiento de que esta hipotética situación se escapara es porque no puedo ni tampoco quiero arrepentirme. No quiero querer, por decirlo sencillamente.

Aunque por otro lado, es inútil “creer que querer es lograr olvidarlo”. El fantasma me acompaña errante, ora cobra fuerza, ora parece quedas opacado. Pero siempre presente.

 Y en ese momento ella es capaz de ganar sin conocer las reglas, pero no porque me atraiga ella sino porque porta muchísimo de lo que un día deseé y hoy a ratos ahogo. Ratos de meses o ratos de minutos. ¿Acaso hay alguna diferencia? Pero en el fondo, en el traslúcido fondo, se la realidad…

 Dejarla  escapar (la situación) por conveniencia, por intentos de convicción, real o no, o por pura cobardía pasiva. ¿Fue un error? Tengo muchas respuestas, y sólo puedo decir que hoy se que la cobardía pasiva se me ha cobrado ya lo que estimo demasiado. Y sinceramente, tan sólo busco alguien con quién gritar las convulsiones que nos revivan el instinto y encontrar magia, y la pasión, y la realización y un punto de locura mordaz.

Hace años que no tengo una casa, tengo ganas de poder llamar a algo mío y vivir bajo mi tutela, estoy cansado, sí. Pero también tengo ganas, no obstante, de seguir luchando, no conozco otra vida.

Y mientras tanto otro rayo de omisión que nos regala la subsistencia cotidiana aparta de mí la genialidad del conocimiento y me aparca ilusiones de reseción. En ese momento arrugo los ojos para evitar los reductos mundanos de la luz, “recito la oración de siempre para cumplir con dios y acto seguido en el pecho me dibujo una cruz” Todos necesitamos una autoridad por encima de nosotros.
 Yo además necesito el dolor, para comprobar que en mis tragedias épicas sigo vivo, para diferenciarme de los fantasmas, para simplemente no ser quién es el que no sabe quién será.

Adoro los papeles en blanco para modificar el mundo; me da apuro decir que creo vida. Porque en cierto modo no lo hago, porque… bueno eso ya es otra historia.
Y el silencio, que es el sonido más bello del mundo.
Adoro la crítica de los diarios y a veces hasta la publicidad.
Me he pasado la vida buscando justificaciones para estar prevenido a las preguntas que puedan surgir, también adoro improvisar porque amo la inexactitud de lo incierto bien certificado.
 Y si hay algo de lo que estoy seguro acérrimamente es que el mejor momento es ahora mismo. Ahora mismo es exactamente, el mejor momento. Y me esfuerzo de veraz por hacer el mejor momento hoy, y no mañana.
 Siempre quiero un asalto más, porque incluso cuando todo está perdido un asalto marca la diferencia entre vivir y estar vivo.

Odio la indeterminación, la frustración como bandera fulgurante, el miedo baldante, las medias tintas y hasta la línea recta.
Me exaspera la inoportunidad y el no saber estar.

Tan sólo necesito 3 cosas para escribir; enfado, silencio y una palabra; un concepto que englobe toda una filosofía, una chispa que encienda las llamas de las bellas musas, alejado de grandilocuencias y sandeces.
Cuando escribo me gusta irme para poder volver, disfruto cuantiosamente de todos los caminos habidos y por haber, y es que lo mejor de perderse es encontrarse. Todo lo que hace falta es un vacío que llenar, o un lleno que vaciar, mire usted por donde.


Volviendo al tema…; las victorias han marcado mi vida, me han hecho regalos que nunca podré agradecer suficiente. Regalos envueltos en capítulos envueltos en melodías atronadoras, sutiles, cómicas, fascinantes, incomprensibles, embriagadoras sin duda… Hay pocas cosas que sean capaces de enmudecer mis palabras acortándolas y no dejándolas fluir. Decir victoria las enmudece.

 ¿Y qué si son enmudecidas? ¿Y qué si no cabe decir más que fluir, fluir de forma improvisada? A veces nos empeñamos en buscar males en forma de palabras, de darles una analogía. Creando redundancias una y otra, y otra vez. ¿Qué más da? Porque al final, en este caso, ya hagamos elaboradas elucubraciones u osadas decisiones, todo desembocará en fluir. ¿Y es que si me han regalado tanto? Como no dejar fluir, de forma consciente, crítica y personal de acuerdo. Pero fluir. A veces no hay otra manera de descubrir nuevas felicidades que siendo feliz.

Porque buscarle sentido al idioma del mundo, a lo verdaderamente importante y donde radica nuestra alma, no es más que buscar una plusvalía banal de nuestro propio mal.

martes, 7 de mayo de 2013

Era Viernes...



 Pequeño texto dedicado a la mujer más importante de mi vida, mi madre:

 Del mismo modo que he mantenido acérrimamente que amo escribir, sustento que de ningún modo mis letras son mercenarias de un tema jamás, y si hoy he venido a contar  esta historia es porque ha llegado el momento de contar la historia más ardua de contar.

 Ella es mi maestra desde que me acuerdo, su presencia se dibuja entre mis letras, mis argumentos y mis sueños. A veces tenue como el matiz que da lo incierto, a veces robusto como los ideales que indirectamente me heredó.

Viernes a las nueve, el minutero se detiene sin complejos en las 12. Y por coincidencias intransigentes o por destino,  nací de amor y hospital en la camilla de Mamá. Boceto en acuarela, al que con su mirada abría la puerta al mundo.

Jamás vi a mi madre llorar, nunca conocí el “no” en los labios de aquella mujer. Mis primeros recuerdos son melodías improvisadas que acompasaban la monotonía de unos problemas que nunca llegué ha conocer.
Jamás echó por tierra los avances legítimos que con tesón  había arrancado la vida ni con una mala cara, ni con una muestra de desidia o simplemente una tenue mirada de apatía. Ella prefería transmitir melodías joviales, habrá quién las pueda tachar de insensatas, pero hoy se que aquellas melodías no eran más que un regalo con el que mi madre me intentaba gratificar.

 Dios sabe que nada es fácil, porque lo bueno es lo que se esconde atrincherado en los jardines solitarios del miedo, esperando a que alguien con la bendita osadía necesaria para decir “¡No!”.  Y A su manera, se ocupe de cambiar el mundo.
Mi madre no es de las revolucionarias del utopismo francés que salen a la calle a cortar cabezas de los perversos canallas mundanos que nos roban el tiempo, tampoco es de las que con populismo de segunda se ganan una aprobación vacía de marionetas borreguiles.
 Pero creerme, que sin lugar a dudas mi madre cambia el mundo. Porque abofetea la rutina con un “Te quiero”, deja cada ápice de su piel una caricia o porque simplemente tiñe de color las voces grises de los domingos por la tarde. Y eso, o eso… eso transforma el mundo, le da vida. Me da vida…

 Yo era aún pequeño cuando mi madre libro en mano de tapa blanda, blanco como la cal y Ratón en la portada se acercó a mi y me dijo “Toma, para que empieces a leer” Aquel ratón antropomorfo se trajo consigo los cuartetos más bellos del mundo, las columnas más edificantes, los ensayos más reveladores e inspirantes… , las historias más peregrinas, las sátiras más mordaces…
 No recuerdo cuando mi madre me regaló mi ultimo teléfono, ni tan siquiera lo que me regaló las pasadas navidades. Pero recuerdo aquel día al llegar del colegio, a las 2 de la tarde en mi habitación cuando mi madre al lado de la puerta me regaló el don de la curiosidad, como si fuese ayer.

Cerca también de ese día recuerdo en aquel veterano coche cuando mi madre sin atreveer  tan sólo un poco la magnitud de su acción, introdujo una cinta de cassete en el reproductor… Nunca olvidaré aquella canción del 96 que me concedió con el deleite de sus compases la música, la buena música. Y me otorgó una importante parte de mí, una parte crítica que considero uno de los mayores obsequios. Me regaló la libertad. Me enseñó a pensar sin tener que estar acotado.


Rondaba los diez años cuando mi madre quizás indirectamente, y eso lo hace más grande, me regaló otro don. El de destruir el mundo implantado y volver a construirlo.   Me enseñó que nada es verdad y que todo está permitido. Me enseñó a ser persona antes que ser ciudadano. Y aquel doce de septiembre de dos mil cuatro, cucurucho de helado de fresa en la mano me dijo caminado descansos en la playa al atardecer “Estos son las cosas que recordarás cuando seas mayor”  Y en efecto ese es uno de los más bellos recuerdos que tengo aguardado en un sitio muy especial en mi ser. Y al que muchas veces, indirectamente recurro cuando quiero plasmar una estampa bella y reflexiva.
 Legitimizo mis reflexiones en las elocuentes tardes posteriores a aquel momento. No recuerdo el día en el que mi madre me regaló mi primera patineta, pero recuerdo el día en el que tuve la suerte de compartir un helado con ella...


Luego me enseñó a relativizar, cual clase de física se tratase, cuando me demostró que ser feliz se puede lograr lográndose. Nunca vi a mi madre abatida, rindiéndose ante cualquier adversidad. Y creerme que podría haberlo echo… pero no lo hizo, y eso convirtió su filosofía en devenir. Me enseño a fluir, a golpear, a saber aguantar los golpes y a repartir de nuevo si las cartas no son buenas.

 Me enseñó a ser persona en libertad, a elegir mi camino libremente cuando tuve criterio para ello, a respetar al resto y ha respetarme a mi. Me enseño la disciplina estimulante de la educación. Aquél día mi madre me regaló el don de la Adecuación.


Pero lo más importante de todo, porque lo demás se sustenta en ello, lo que hace factible a pesar de las circunstancias todo lo que me regaló consciente o inconscientemente, es el amor incondicional de la maternidad.
 Me quiso cuando más lo necesitaba, y aún hoy sigue haciéndolo, e incluso me aventuro a decir que pase lo que pase lo seguirá haciéndolo.



Como no atreverse con el más intrincado de los trabajos cuando se trata de pintar una sonrisa en la cara de mis mayores regalos.
 Porque más allá de la incertidumbre de saber si lo ha hecho bien o no, mi madre no ha dudado nunca en intentarlo y de perseverar si el sino no acompañaba.
 Porque grandes regalos aún están por venir y porque yo tengo la suerte hoy de ser codestinatario de su sabiduría.
 Porque se que muchas palabras grandilocuentes pueden intentar apelar a la grandeza de sus obsequios que van desde una sonrisa hasta un “te quiero” pero como ninguna podrá equiparársele, dejemos de buscar palabras en la academia para ver quién me las premia cuando este mundo cabe en dos palabras.


Gracias mamá…