Hace tiempo que lo tengo todo. Tengo un techo, tengo un
plato que poner delante de las narices, tengo un par de zapatos con los que
calzarme, y hasta tengo la certeza de que puedo salir a la calle sin que me
peguen un tiro… Pero sin embargo no puedo evitar sentirme vacío por dentro.
Ya he apuntado más de
una vez lo que exaspera; tantas voces sin voz, las medias tintas, e incluso la
línea recta, clausurada, sí, de la ignorancia. Más de una vez he intentado
haceros entender las leyes caóticas de mi mundo, mas, entre alamedas marchitas
mi voz nunca ha llegado a salir de anhelo, y aquí sigue, ávida de fantasías
utópicas.
Me falta la chispa que otorga la vida a las ilusiones, me
falta ese instante en el que todo se reordena cobrando sentido, me falta… el
sutil cristal que separa el mediocre fracaso del esperanzador éxito.
He intentado llenar
mi vacío con placer, carnal, espiritual, deseante… ¿Qué más da? Sólo he vuelto
a dar una nueva vuelta de tuerca al ciclo. ¿Cuántas vueltas van ya? Que hasta
las palabras andan medias enrevesadas, y se atropellan unas a otras.
Sigo solo, por querer
abarcar la máxima compañía posible, por no alzar la voz con mi verdad, por…
simplemente no hacerlo
Sigo esperando mi
momento por quedarme a medias tintas, porque los demás se quedan en ellas
también… y el paupérrimo trato resultante a veces me repugna.
Sigo conduciendo caminos guiados por la ignorancia de otros,
por no poder, o no querer, o porque hay días que no me apetece simplemente
hacer entender mis metáforas.
He de aceptar que soy alguien peculiar, por diversos motivos
soy especial y punto.
A los que somos así nos gusta diferenciarnos, nos
reconocemos entre nosotros, saltamos de una idea a otra, aunque nadie nos sigua el hilo...;
porque cada palabra es un pensamiento, una idea, un concepto en si mismo.
Porque con una palabra ya todo ha quedado dicho.
Aguardamos grandes
revelaciones ansiosas, que ya están construidas en nuestra cabeza, forman parte de nosotros, y que simplemente
hay que sacarlas a la luz. Y siempre, siempre, hay algo más que queda por
decir. Es nuestra bendición y nuestro castigo. Siempre nos queda algo más que
decir en el tintero, yo lo llamo inquietud.
No necesitamos de
nadie para decirnos como pensar, pero si que necesitamos a otros que se den
cuenta de nuestra peculiaridad, necesitamos de verdadera admiración, quizás tan
sólo de una única persona. Llamémoslo complejo de reconocimiento, quizás porque
nunca le dijimos a mamá “¡Mira lo que hago!”, porque lo que nosotros hacíamos y
hacemos no se mira. Se siente y se vive. En definitiva… se muere por ello.
Pero la indiferencia,
el hecho de no trascender, es nuestro peor castigo. Porque se nos juzgaría como
a la masa anónima, de esa que huimos y aborrecemos, somos diferentes pero… ¿No
sería más constructivo el respeto? Quizás todos aprenderíamos algo.
Si al final no somos más que virus. Lo único que queremos es
implantar la misma idea en todos. Precisamente, que no hay una única idea. Aunque
todas vienen a decir lo mismo, tienen la misma raíz o el mismo fin.
Para vosotros mi voz os resulta tediosamente inconexa, para
mí, súbita y maravillosamente reconfortante cuando se digna a fluir. Como una
verdad que te desliza sigilosa para hacerte dar un paso más, y de repente…
¡Pum!, llega para quedarse, singularizando ideales y visiones por igual.
Regalando respeto y fascinación. En definitiva construyendo un ente mejor
¿Cómo no va a ser
bella la xenofilia, si alimenta la chispa del mundo?
Ansío el día en el que pueda hablar siendo escuchado por
alguien que esté dispuesto a escuchar, en el que lo simple sea simplemente
complejo y aceptado como tal, sueño con el día en el que entendamos que el
trabajo no mata a nadie, y aunque es tentadora la pasividad, más tentadora es
la curiosidad. Sueño con respeto, sueño cada día con encontrar a alguien que
sepa decir “No”, sueño con poder hablar sin escuchar los gritos del que menos
sabe, sueño con palabras que se nos vienen grandes. Sueño con mentiras que un
día dejarán de serlo.