jueves, 21 de noviembre de 2013

La Importancia De Llamarse Pepe


A mi madre, por inspirar este regurgitado con sus palabras de “No me gusta la música que estás escuchando”, y porque aunque no lo entienda, vastas reflexiones la contienen por relativo.
 Y a mi antiguo casero, que recientemente ha dejado de serlo, por corroborar lo que aquí se expone.

Siento haber tardado tanto…

A veces decir una palabra está de más, a veces, de más estaría no decir ninguna. Es por eso que sentirse vacío y lleno van de la mano, porque tan sólo un silencio mordaz podría expresar tanto y tanto más a oídos dictaminados a escuchar… Que grandilocuencias están de más.


 Es importante llamarse Pepe, porque llamarse Ambrosio no está de moda. Es importante tener poco que decir pero mucho que gritar. Es importante escucharse hablar, es importante jactarse de pseudosabiondo que se consuela en las imprudentes notas del desconocimiento y patetismo.

Llamarse Ambrosio es feo, es mejor recoger musas manidas de comercialismo mental, es feo estar solo y pensar por si mismo. Tener palabras en la garganta se considera… feo… No, mejor será hablar como borregos, no molestar a nadie, cabeza gacha y a esperar turno para lamer culos con los que ascender.

 Los Ambrosios damos miedo, tienen miedo… ellos, los que no tienen cara, pero que se esconden en cada esquina, en cada mente, en cada palabra sutilmente malintencionada. Yo los llamo “conciencia social”. Un ente arraigado a no pocas mentes, de las “respetables” oiga, que se ocupa de preservar la rutina, el bien hacer, el costumbrismo y el pudor, lo que viene siendo despotismo, ¡salvémonos de nosotros mismos!
 Pues les damos miedo, mire usted, pavor, normalmente no somos más que los 4 exaltados de siempre, lo típico… Unos queman contenedores, otros se encienden un porro en la puerta del congreso y otros encendemos alguna que otra mente descarriada, un… Ambrosio que aún no sabe como se llama. Pero ahí nos quedamos.
Y en eso se escudan, en que perdemos las formas y en que somos la guerrilla atrincherada en cuchitriles de segunda. Pero lo cortes no quita, ni por asomo, lo valiente.

 Y es que damos miedo, porque; ¿Qué pasaría mañana, si se disipasen las dudas en las escuelas, si el miedo al pecado se obviase en una orgía de placer? ¿Qué pasaría mañana si el congreso se vaciase, Y se le pusiera cara a esos “ellos” que habitan por doquier en cada casa  ¿De verdad no pensáis que se pedirían explicaciones? Incluso algún justiciero anónimo querría quizás tomarse la justicia por su mano… Quizás…

Luego, es mejor llamarse Pepe, si es que es más bonito. Escuchemos pop pero no a Nach, que dice, agárrate que vienen curvas… “palabrotas”, sí sí… palabras soeces, que nada tienen que ver con el mundo circundante. Leamos, ¿leamos? Si es que leemos, a Boine o quizás al respetable Odifreddi, pero no a Alighieri ni a Machado… Eso es de alborotadores y ensoñados, esos no. Escuchemos y acatemos acérrimamente al ciego dictador de turno, ya sea un Pepe profesor, un Pepe político, o un Pepe mama y papa. Aferrémonos a los ideales de otro, eso si que está de moda. Si es que ya lo dijo Franco “Hagan como yo, no se metan en Política”, ¿Es mejor entregarle la mente a otro y desentenderse no? O mejor aún, Entreguémosle nuestra mente, pero con los ojos cerrados, sin saber ni el cuando ni el qué, que esa alienación si que mola eh… ¡Claro que sí!

 Los juegos Fedom quedan maravillosos en la cama, sublimes, pero ¡ay! cuando se salen para trasladarse a campos que se vuelven nocivos, porque en efecto el hecho de llamarse Pepe es un Cáncer. Y el tumor se extiende… y cada vez más rápido. Y mientras, los Ambrosios nos desentendemos, porque nos gusta nuestro nombre, porque será feo sí, pero que coño, al menos es nuestro. Puede que no poseamos la verdad, puede que no exista una, puede que nadie la posea, pero la perseguimos, y eso, ya es nuestro.



Por eso cuando voy por la calle y escucho entonar un “Me llamo Ambrosio” no puedo evitar que esas palabras se filtren como la dulce melodía que son, y siento que son hermanos, de otra madre ¿Y qué?,  por nuestras venas corre la misma sangre con mismo color tinto de la lucha, de la entrega, de avanzar un asalto más. Porque al final no podemos evitar escupir la rabia, por que no podemos evitar alzar el puño en alto, porque aunque hastío de la desidia nos intente comer, nosotros no dejaremos de ser lo que somos.
Y somos lo que somos, porque no debemos, ni podemos evitar, estar orgullosos de no llamarnos “Pepe”