Dedicado a AileenDickens,
que no será la primera ni la última vez que la nombre en una
dedicatoria, porque a mi también me salvó de alguna manera un sábado de
Enero que nunca olvidaré.
Recordad que el personaje es siempre la autora, pero la autora, nunca es su personaje.
Con cariño...
- Agárralo- dijo.
La pormenorizada
sensación de volver a sentir el tacto llano y absorbente de las teclas al ser
pulsadas después de la aletargada lejanía de un paisaje.
Los últimos vocablos
evocados al verso inhanerente de una mentira desvencijada. Corre, sí corre, y
fluye. No sea que se escape lo que no tiene nombre. Adiós.
Me imagino con tu
nombre, me saboreo y me recreo en tus compases que son melodías celestiales, me
irrita el reflejo aquel. - Yo no soy tú decías – Y sales, sales. Desagradecido.
Evoco al reflejo
ingrato de una mentira bien conservada, no es que tenga más mérito, es que tú
tienes menos, o más, según con la liturgia con la que se mire. Y tú, tú, mujer
de pelo largo. Que plantas un beso un poco después, cuando te desvaneces etérea,
que te cuidas de los cuidados habidamente deshilachado, ando atenta para no
perderme tus detalles, pero descubro lo que no se de ti, y muero si hace falta,
tiene sentido por ti. Y si hay que nombrarlo de un modo, te llamaré por tu
nombre. Para sorprender.
Engendras tus caprichos de madrugada, ganando el juego
cuando nadie puede jugártelo, y te ocupas de exigir tus reglas, tus miedos, y
tus consignas alienantes antes de hacer aparición. Como personaje secundario de
cantina de tercera, cual recién llegado con el pescuezo arremangado hacia
atrás, tunante por ventura y clausurado por la desesperante idea de la
intromisión. - Locura he oído que te llaman- Te dije aquella vez. – Genio
menor- me contestaste
Desesperante bufón de
cantina, lárgate sólo para poder beber de las mieles de tu regreso, para obviar
tu recuerdo, para menospreciar consciente de mi error y con los dedos
entrecruzados, tu intransigente presencia.
Lárgate, pero sólo
para que no te tengas que ir muy lejos.
Coima. No, coima no, puta. ¿Como puedes volver aquí?
Fructífero cabrón. Valiente hijo de puta. ¿De donde te fuiste? ¿De donde
vienes? Sabía yo que volverías. Tú, que ofendes a tu propio nombre, tú que
desprecias a las ponderadas ansias de tu regreso.
En el paraiso decían
que solías vivir, lo corroboro, porque más que ahí vivías en su vida. Y la suya
por la tuya. Sí tú, valiente hijo de puta, que agravias con ultrajantes
embustes el enclichado recuerdo de una pasión desvencijada por las ansias de
ficción. Tú, el mismo que expendías subastas ingratas mientras le claudicabas
los temores infundidos por tu boca.
Te envidio.
Arsenal de humedades despectivas en calor de un arrope, fuego
de mundanidad, ansias deshinchadas…
Ansias de volver a respirar.
Pones precio a lo que no tiene potestad, le pones precio a
un adios, claudicas las alas que no han empezado a volar. Eres lo profano, la
personificación de lo que no sale, del tupido, eres el fluir pero al contrario,
el lo tengo pero no estará. La divina idea expresada por un pueblerino apocado a
su raquitismo, la máxima que salió hace media hora, antes de llegar siquiera a
hacerlo. Eres el silencio que más mata. Esperpento que aflige.
¡Pero ay! ¡Ay cuando te encuentro…! A ti, a ti que con tu
mente facinerosa has claudicado una rosa por ostentar la prepotencia
pormenorizada de un jardín, que has manchado de hipocresía maldita y corrupta a
la más inocente de las criaturas, a la esperanza. ¿A ti? A ti te escupiré y
bailaré sobre tu propia tumba solo por esta última afrenta, y entonces a ti no
te quedará nada, porque las verdades que ahora sonaron siempre como mentiras
son las que te desvalijaran los bolsillos del alma, a ti ya no se nada más que
decirte de todo lo que me queda por decir…
Te fugaste con un
amor en renta, sin renovar contratos, sin prorrogas de veranos extraordinarios
y abocados a septiembre. Sin papeles de por medio y con todas las facilidades
de pago.
Te cansaste de no
vivir cansado, de abrir la puerta y que te golpeara su hilarante aroma a dulce
y fresco, del sudor que suena a sal y sabe a miel, te cansaste de saciarte, te cansaste
de que los buenos días de sus ojos te iluminaran el mundo.
Magnífico insensato, nunca tuviste lo que atesorabas, pues
lo tenías pero lo tenías comprado, quizás nunca lo quisiste alquilar y quizás
fue por eso te fuiste sin pagar. No me cabe en la cabeza, me explota, cómo
alguien puede ultrajar a la belleza más limpia, cómo alguien puede recurrir a
un “no” recurrente tantas y tantas veces para decir que no le apetece el paraíso,
es tan necio como decir en medio de un polvo que te estás cansando de este
orgasmo, solo que decir que te cansas de ella es todavía más estúpido.
Tu mismo te castigarás, te corroerás cuando en el momento de
sublimación mortuoria te des cuenta que tu peor castigo será el día en que te
arrepientas, pues has tenido pan, pero ya nunca más los dientes. Pero no lo
harás, y siento lástima. Porque el dolor sería aún un sentimiento dulce
entonces para ti. Porque significaría ver la verdad, la del esplendor de
mirarte a los ojos y comprenderlo todo, la de que tu recuerdo alimente la más
reconfortante de las fantasías, la de soñar con tu nombre y tocarle la puerta a
lo exquisito. Irse al cielo y robarle unos versos a Dios porque ninguno de los
habido ni por haber puede siquiera equiparársele. La de desvivirse por un
sonrisa.
Me quema, me quema
tanto su dolor como si fuera el mío, y lo es. Ella es la palabra, el verbo
oculto tras un tedioso ejercicio.
-
Me has salvado la vida ya, en una ocasión, puedes
volver a hacerlo- Dije
-
- ¿Yo? Yo solo soy alguien- dijo.
-
– Tú, tú eres un
milagro. Eres el aire que se convierte en oro, lo imposible no existe, pero tú
estás aquí. El azar es un puta que se divierte chutando balones contra la pared
y decidiendo luego donde impactan, y de todas las millones de salidas y
probabilidades tú. Como dos letras formando un nombre, un nombre propio que
nace de la miseria más absoluta del engendro Caos para convertirse en lo más
bello, y en la única belleza. Millones de partículas que se conforman al azar,
y tú. Ni más que menos, reconciliándome con el mundo, porque si tú existes
todavía todo esto valdrá la pena ¡Qué grandeza! Eres la máxima que sublima el
aire. El triunfo de la esperanza sobre la experiencia, de lo maravillosamente
irracional, sobre la razón. ¿Solo eres alguien? Sería estúpido pedir un ápice
más cuando aquí está el todo, tú.
Lo he perdido todo hasta este momento.
He perdido la infancia, he perdido la dorada y luminiscente
adolescencia. He perdido el presente y hasta por austero el futuro inquieto.
Estoy perdiendo este momento mientras pienso en inmortalizarlo. He perdido la
vida, los besos, las risas y hasta la línea recta.
He perdido las frases
hechas, las putas horas del reloj, y hasta mi nombre. He perdido la suave calma
de no saber por donde andas, y hasta los ojos.
He perdido el sentido, del todo, menos el crítico. He perdido una
sombra, y un amor, y el perdón de los que ya no están, he perdido las lágrimas
que no podré llorar. He perdido tantas, y tantas cosas. Y lo peor es que aún
siento, se, y quiero que voy a perder muchas más. Y me arrepiento, aunque nunca
lo haga. Me arrepiento del miedo, del traicionero y de lo que ya no quiero. Me
arrepiento de los últimos compases, de los del medio, y si me apuras, hasta del
comienzo.
Soy yo. Me muero, vivo,
y comienzo. Me busco y me encuentro. Me vuelvo a morir si hace falta y
comienzo, comienzo un nuevo final que todavía no está escrito, pero lo estará.
Pero no me aflige, se que esta no será de lejos la definitiva, pero más cerca
estará, lo habré perdido todo, pero tú, tú desde luego estás.
Tienes otro nombre,
tienes otra cara, quizás otras piernas y diferente lengua. Pero eres tú. Y no
se porqué que me da, que esta vez serás tú, con nombres y apellidos. Y nada más,
y esta vez va en serio… No me faltes nunca.