viernes, 13 de febrero de 2015

Colores

cOLORES



 



Hoy ha muerto un comediante, las inconmensurables palabras de un titán embravecido se han apagado para siempre. Las almas de los que un día fueron dignos enemigos de su persona, hoy le rinden tributo silencioso en la calma enmudecida de una noche que aún terminando no termina empezar.

Las rosas se cierran temerosas de la ira de cuantos aún hambrientos de soledad, atacan las fauces abiertas de sus semejantes en busca de una horrible migaja roída y podrida que llevarse a la boca. Mis ojos se cierran aletargados en un mar de la monotonía fría, de versos vacíos, de palabras vacuas y de historias finitas.
Un rayo que estremece los corazones de los temerosos hace su aparición cual personaje secundario que llega de dios sabe donde para salvar la escena, pero esta escena ya no tiene salvación. Hemos muerto para volver a empezar a cometer los mismos errores que un día, payasos tristes cometieron en esta ciudad que es un circo ambulante.
Hemos llegado al estrellato, felicidades ladrones sin causa. No tenéis vida, no tenéis muerte, no tenéis nada… Un aplauso comienza a resonar en la lejanía del aparcamiento de al lado, mientras irónicamente una risa macabra nos anuncia la llegada del día siguiente. Pero ya no importa nada, porque el sol ya no sale en esta ciudad marcada con la sangre de los que un día decidieron abandonarla.

Desde mi hotel se oyen los disparos, deben de haber apresado a la dignidad.
 Ya no nos queda nada a ninguno. Ni siquiera a mi, siempre tan perfecto, tan superior, tan vivo… Pues aquí estoy, escribiéndole a una luna de hormigón, mientas me plagio unas páginas a mi mismo para intentar volver a comer y respirar mañana.
Hoy a muerto un comediante y ha nadie parece importarle, todo continuará su paso sin inmutarse lo más mínimo. No se oyen ruidos ni se ven sombras. Porque ya hace tiempo que todo se oscureció tanto que no existen ni lo uno ni lo otro. Tampoco existe la luz en esta ciudad alejada de todos y tan cerca de algunos.
Esta es casa de dementes, hogar de lo que abrazan a la sin razón ,y de los que como el comediante que a nadie le importa, susurran sus monólogos en cada esquina. Siendo testigos mudos de la decadencia explícita de una ciudad que ya ni intenta quitarse el fango de encima.
Nos encendemos un puro y vemos pasar el reloj mientras esperamos sin prisas un final dilapidado, hemos malgastado nuestros recursos y ya ni lágrimas nos quedan en los ojos. Más vale ir encendiéndose otro que parece que la espera se alargará. ¿Qué más da si ya conocemos nuestro fin…? No somos más que despojos y polvo que se agolpa en una puerta que jamás se abrirá, y que jamás se halló abierta para nosotros, ni para nadie.
 Las horas del puto reloj pasan juzgando a inocentes y putas por igual. Una ciudad marcada por la gonorrea y el olor a mierda se despierta adormilada, perezosa de encontrar una dignidad corrompida por ellos mismos.

Paso por al lado de ignorantes que confunden alabadas almas muertas en naufragios, con héroes paupérrimos de bar de carretera, ahítos de güisqui barato mientras se fuman penas, glorias y agonías en forma de puros, pollas y cigarrillos por igual.
Un día me contaron el secreto efímero de esta ciudad, y como tantos otros aquí decidí tomármelo como una broma pesada, un chiste que no acaba de terminar, pero que hoy toca su fin. Y mientras, paseo por las calles observando con una sonrisa macabra dibujada en la boca, los horrores ambulantes que se agolpan sin complejos por una ciudad que hoy no existe
 No podemos esperar nuestro fin eternamente.

Hoy ha muerto un comediante…









Oníricas olas que al mar iracundan, etéreas y difuntos cadáveres de utopías quiméricas. El mar es el hotel del trotamundos, el sincero, del nauseabundo bohemio que con su mirada condena el mundo, el mundo que ayer le escupía, y que hoy por ventura pasajera aplaude, mientras en un vacuo intento por comprender lo que desprecia, lo contempla sin los dedos.

El mar tan cercano, el mar, tan caballero… Tan estático como visceral, tan enigmático como singular.
¿A dónde se han ido los hados? que besan con mentiras piadosas al borde de una esperanza ficticia.
Y a veces escribo, escribo sí, no me avergüenza decirlo. Y sin saber muy bien a donde se encaminan los textos, luego recuerdo a donde iban, y me descubro suspicaz descubriéndolos por primera vez al segundo siguiente del instante anterior. No sé ni cómo, pero concuerdan… Como si al tirar una pelota contra la pared el impacto hace su apareciendo en un resquicio determinado, y nada más que en ese. No sé de donde salen los más iracundos o los que osan rozar las decentes cotas, pero me los apropio como malvad que soy, porque sí, también lo soy. Soy una malvada, una mala persona, ¿Por qué no? Porque el arte no es credencial del que pinta, sino del que interpreta el silencio.



Fulgurante gaviota zalameda que ondeas ofusa en el ocaso de una tarde embravecida. Las ondulantes obnubilaciones de la espuma blanca carmesí se apoderan de tu nombre. Espera el letargo de cuanto es ocaso, el olor a marino y putrefacción de tus versos que ondean bellos y difusos en las olas, que por vientos se roban caracolas, y que por verdad se enfrentan a la firmeza autártica de una roca que de aquí, no se moverá.

El mar es un hotel que no es de nadie, el mar es el que se roba los últimos y más cálidos rayos del ocaso. El sonido que caotiza, olfato a base de epifanía salina. Y hasta la línea recta.
  Mar, y de todos solo tú, el sonido más bello en su monotonía que tan solo un sordo podría describir, sólido en la mañana, lo sigue siendo a la hora de comer…, es sordo por la tarde, y aún en el ocaso, el decibel de su silencio no se deja entrever.

 Espuma blanca que choca y limpia en su purga. Majestuoso camino inquieto el que contemplo en un mar austero, mientras con tu música sutil te opacas, traicionero.
Inmenso como el vacío, vacuo como el sendero, azul como la muerte…
Ante ti se abre el mundo, y tú, como padre orgulloso lo miras a la cara y le das la espalda. Indiferente a sus diferencias, altanero ante sus despojos. ¿Tú? No, Tú poeta ante los poetas. Tú eres la cúspide de los malhirientes, la fuente de los que desean, el alma de los que aspiran, la cura de los que sienten.
 A tu lado se confabulan días y glorias, zarzas y espinas que algún día agradecerán tu memoria.
Y es así, tu permaneces estático en movimiento, impasible a las mentiras del jugador que no juega al juego jugado hace tiempo ya, sí, a ese al que llaman tiempo, no.
Y es que tú no pides, tú tomas, tú nunca olvidas, porque nunca retomas. Te has olvidado de nosotros y nos cantas con versos marchitos o con el traje de gala a medio abrochar.
 Me olvido a veces de apreciarte, te pierdes en la intransigente obviedad de la monotonía fría. De esas de no tener un nombre, ni una fecha, ni una edad… Redoblas tomando la voz, te paseas por la ventana, sonríes y regalas caprichoso mañanas.
Tunantes son tus pretextos, ¡tormento!, plusvalía tus presentes sin embargo.

¿Dónde radica tu patria? ¿Eh?, Caprichoso. ¿Eh?, bello. ¿Eh?, padre… ¿Eh?
Y te vas…, te vas para que todo tenga sentido, para que nada se pare, y en la intemporalidad no tengas que existir. Pero sí tu recuerdo.
 Tus letras se olvidan necias en el sino, tus hados son sublimes pero no por ello divinos, tu nombre no es ni más ni menos que el idioma del mundo que se torna mundano, mientras con la lengua toma camino, para darse nombre a si mismo. Mar.











 ¿Y cómo agradecer una sonrisa traviesa? Aviesa de intensiones, vacua sin embargo en las frustraciones momentáneas que le acusan ofusas en su pensamiento. ¿Y cómo agradecer la vida? Digo yo. Si es que por vida entiendo donde vivo, que es donde aún no he vivido, a sabiendas de que aún viviendo, no viviré quizás, si es lo que se entiende por vida.
                   
 Pero aún estoy viva, aunque muero un poco cada vez que vienes, puede que no tanto como para saber cómo hueles. Sabes a sol, y a luna despeinada por el rostro inanerente de la tragedia griega. Eres tan axiomática como inaccesible, fuego que quema mientras hiela en la mirada descuidada de una tarde, que no quiero que llegue nunca, tan sólo por no tener que verla terminar.
Me obnubila tu recuerdo, tu imagen es utopía, tus formas amargura, y tus labios, poesía.
 Eres como los disparos del aparcamiento de al lado; rauda en el recuerdo, sentenciosa en la carga, sonora en la necesidad. Eres la canción que le da color a la soledad, la compañera, la del cambio, la de los futuros inciertos, eres el orden y punto, el texto que cobra sentido. Eres el futuro, concediéndole caprichos al pasado.
 Y no me salen las palabras, es normal, si es que no se puede decir lo que por relativo está mal. Es un pecado nombrarte, mas lo es más dejar de hacerlo. Tus palabras son mentiras, en el mismo momento que dejan de serlo.

En la ciudad todos habíamos muerto ya, solo era cuestión de tiempo. Así que cansada de nunca encontrarte vine a buscarte, harta de nunca encontrarte porque te andaba buscando. Sentí que eras tú en el momento que te ví, y no es que me importe mucho la belleza convencional, pero tú por suerte eres así, ora pequeña en ambición, ora epifanía. De mirada penetrante al corazón, de palabras que hasta a Hernández ensombrecerían.
Acentúa el rojo carmesí por doquier, de la mesura de hacer justicia a tu querer, que por querer te robas el alma, y yo que te la doy, hasta sin querer.

 Coincidencia, destino quizás, o sencillamente que pasó así. Pero el caso es que la belleza se volvió a cruzar en mi vida, y fue perfecto, por un instante, para mí. Ya no habían sombras, ni miedos. Ni tan si quiera recuerdos de los males que pudieron ser, y no fueron.
Sólo estaba ella, ella… y por un precioso y dilapidado instante las palabras trascendieron, mientras miradas cruzadas alimentan una imagen que le dice al negro, yo, no quiero. Es entonces cuando todas y cada una de las cosas a tu alrededor pronuncian la más onírica y concreta de las palabras, provocando erizante fulgor, y con voz tácita y melosa me susurras “NO”…
Cuando lo único que quiero es volver a verte, aunque lo se, todavía no te has ido, cuando vuelven los miedos, esos que dicen que no te volveré a ver, que seré una hoja más que arrastra el viento por tu vida, que no seré para ti más que lo que son los demás para mi…. Entonces sonríes, te vuelves dulcemente, me das un beso en la mejilla y te alejas, caprichosa, indulgente.

Hace tiempo que no duermo en una cama, no me importa, te tengo a ti. Lágrimas que se difusan, obtusas, efímeras, siento huir de mi. En el clamor de mi almohada no vale la pena luchar contra el caos, será mejor aprender a fluir con él, a follárselo de vez en cuando, se podría decir que me gusta bailar sin los pies. Extasiarme con semejante droga o bálsamo en el desierto, me gusta vivir, e incluso, lo que no es vivir.

Porque la supresión de los grilletes de la desesperación autártica, y bien intencionada, ya no tiene cavidad. Puesto que al ver sus ojos ya nada importa…Cuerpos que trascienden aún más allá, olvida todo lo que has aprendido, obvia lo que tú sólo sabes, simplemente fluye, vívelo, siéntelo… es entonces cuando su carne misma, se convierte en un bello poema.
 Y eso, queridos amigos… Es la dama Esperanza.
  He escrito mucha mierda últimamente ¿no?, ¿Y qué?, por cierto ¿Y cómo agradecer una sonrisa traviesa, pronunciada dulcemente?
 Continuará...









- Agárralo-  dijo.

 La pormenorizada sensación de volver a sentir el tacto llano y absorbente de las teclas al ser pulsadas después de la aletargada lejanía de un paisaje.
 Los últimos vocablos evocados al verso inhanerente de una mentira desvencijada. Corre, sí corre, y fluye. No sea que se escape lo que no tiene nombre. Adiós.
 Me imagino con tu nombre, me saboreo y me recreo en tus compases que son melodías celestiales, me irrita el reflejo aquel. - Yo no soy tú decías – Y sales, sales. Desagradecido.
 Evoco al reflejo ingrato de una mentira bien conservada, no es que tenga más mérito, es que tú tienes menos, o más, según con la liturgia con la que se mire. Y tú, tú, mujer de pelo largo. Que plantas un beso un poco después, cuando te desvaneces etérea, que te cuidas de los cuidados habidamente deshilachado, ando atenta para no perderme tus detalles, pero descubro lo que no se de ti, y muero si hace falta, tiene sentido por ti. Y si hay que nombrarlo de un modo, te llamaré por tu nombre. Para sorprender.

Engendras tus caprichos de madrugada, ganando el juego cuando nadie puede jugártelo, y te ocupas de exigir tus reglas, tus miedos, y tus consignas alienantes antes de hacer aparición. Como personaje secundario de cantina de tercera, cual recién llegado con el pescuezo arremangado hacia atrás, tunante por ventura y clausurado por la desesperante idea de la intromisión. - Locura he oído que te llaman- Te dije aquella vez. – Genio menor-  me contestaste
 Desesperante bufón de cantina, lárgate sólo para poder beber de las mieles de tu regreso, para obviar tu recuerdo, para menospreciar consciente de mi error y con los dedos entrecruzados, tu intransigente presencia.
 Lárgate, pero sólo para que no te tengas que ir muy lejos.


Coima. No, coima no, puta. ¿Como puedes volver aquí? Fructífero cabrón. Valiente hijo de puta. ¿De donde te fuiste? ¿De donde vienes? Sabía yo que volverías. Tú, que ofendes a tu propio nombre, tú que desprecias a las ponderadas ansias de tu regreso.
 En el paraiso decían que solías vivir, lo corroboro, porque más que ahí vivías en su vida. Y la suya por la tuya. Sí tú, valiente hijo de puta, que agravias con ultrajantes embustes el enclichado recuerdo de una pasión desvencijada por las ansias de ficción. Tú, el mismo que expendías subastas ingratas mientras le claudicabas los temores infundidos por tu boca.
 Te envidio.
Arsenal de humedades despectivas en calor de un arrope, fuego de mundanidad,  ansias deshinchadas… Ansias de volver a respirar.
Pones precio a lo que no tiene potestad, le pones precio a un adios, claudicas las alas que no han empezado a volar. Eres lo profano, la personificación de lo que no sale, del tupido, eres el fluir pero al contrario, el lo tengo pero no estará. La divina idea expresada por un pueblerino apocado a su raquitismo, la máxima que salió hace media hora, antes de llegar siquiera a hacerlo. Eres el silencio que más mata. Esperpento que aflige.

¡Pero ay! ¡Ay cuando te encuentro…! A ti, a ti que con tu mente facinerosa has claudicado una rosa por ostentar la prepotencia pormenorizada de un jardín, que has manchado de hipocresía maldita y corrupta a la más inocente de las criaturas, a la esperanza. ¿A ti? A ti te escupiré y bailaré sobre tu propia tumba solo por esta última afrenta, y entonces a ti no te quedará nada, porque las verdades que ahora sonaron siempre como mentiras son las que te desvalijaran los bolsillos del alma, a ti ya no se nada más que decirte de todo lo que me queda por decir…
 Te fugaste con un amor en renta, sin renovar contratos, sin prorrogas de veranos extraordinarios y abocados a septiembre. Sin papeles de por medio y con todas las facilidades de pago.
 Te cansaste de no vivir cansado, de abrir la puerta y que te golpeara su hilarante aroma a dulce y fresco, del sudor que suena a sal y sabe a miel, te cansaste de saciarte, te cansaste de que los buenos días de sus ojos te iluminaran el mundo.
Magnífico insensato, nunca tuviste lo que atesorabas, pues lo tenías pero lo tenías comprado, quizás nunca lo quisiste alquilar y quizás fue por eso te fuiste sin pagar. No me cabe en la cabeza, me explota, cómo alguien puede ultrajar a la belleza más limpia, cómo alguien puede recurrir a un “no” recurrente tantas y tantas veces para decir que no le apetece el paraíso, es tan necio como decir en medio de un polvo que te estás cansando de este orgasmo, solo que decir que te cansas de ella es todavía más estúpido.

Tu mismo te castigarás, te corroerás cuando en el momento de sublimación mortuoria te des cuenta que tu peor castigo será el día en que te arrepientas, pues has tenido pan, pero ya nunca más los dientes. Pero no lo harás, y siento lástima. Porque el dolor sería aún un sentimiento dulce entonces para ti. Porque significaría ver la verdad, la del esplendor de mirarte a los ojos y comprenderlo todo, la de que tu recuerdo alimente la más reconfortante de las fantasías, la de soñar con tu nombre y tocarle la puerta a lo exquisito. Irse al cielo y robarle unos versos a Dios porque ninguno de los habido ni por haber puede siquiera equiparársele. La de desvivirse por un sonrisa.
 Me quema, me quema tanto su dolor como si fuera el mío, y lo es. Ella es la palabra, el verbo oculto tras un tedioso ejercicio.

-          Me has salvado la vida ya, en una ocasión, puedes volver a hacerlo- Dije
-          - ¿Yo? Yo solo soy alguien- dijo.
-           – Tú, tú eres un milagro. Eres el aire que se convierte en oro, lo imposible no existe, pero tú estás aquí. El azar es un puta que se divierte chutando balones contra la pared y decidiendo luego donde impactan, y de todas las millones de salidas y probabilidades tú. Como dos letras formando un nombre, un nombre propio que nace de la miseria más absoluta del engendro Caos para convertirse en lo más bello, y en la única belleza. Millones de partículas que se conforman al azar, y tú. Ni más que menos, reconciliándome con el mundo, porque si tú existes todavía todo esto valdrá la pena ¡Qué grandeza! Eres la máxima que sublima el aire. El triunfo de la esperanza sobre la experiencia, de lo maravillosamente irracional, sobre la razón. ¿Solo eres alguien? Sería estúpido pedir un ápice más cuando aquí está el todo, tú.



Lo he perdido todo hasta este momento.
He perdido la infancia, he perdido la dorada y luminiscente adolescencia. He perdido el presente y hasta por austero el futuro inquieto. Estoy perdiendo este momento mientras pienso en inmortalizarlo. He perdido la vida, los besos, las risas y hasta la línea recta.
 He perdido las frases hechas, las putas horas del reloj, y hasta mi nombre. He perdido la suave calma de no saber por donde andas, y hasta los ojos.  He perdido el sentido, del todo, menos el crítico. He perdido una sombra, y un amor, y el perdón de los que ya no están, he perdido las lágrimas que no podré llorar. He perdido tantas, y tantas cosas. Y lo peor es que aún siento, se, y quiero que voy a perder muchas más. Y me arrepiento, aunque nunca lo haga. Me arrepiento del miedo, del traicionero y de lo que ya no quiero. Me arrepiento de los últimos compases, de los del medio, y si me apuras, hasta del comienzo.
 Soy yo. Me muero, vivo, y comienzo. Me busco y me encuentro. Me vuelvo a morir si hace falta y comienzo, comienzo un nuevo final que todavía no está escrito, pero lo estará. Pero no me aflige, se que esta no será de lejos la definitiva, pero más cerca estará, lo habré perdido todo, pero tú, tú desde luego estás.
 Tienes otro nombre, tienes otra cara, quizás otras piernas y diferente lengua. Pero eres tú. Y no se porqué que me da, que esta vez serás tú, con nombres y apellidos. Y nada más, y esta vez va en serio… No me faltes nunca.







Encolerizada marcha afectuosa de un día pormenorizado. Ciudad vacía, tácita y lúgubre en las marcas de tu despertar. Llora, sí llora, llora hasta la última hora de un sentimiento abarrotado de dolor encolerizado y rabia subversiva.  La ciudad sabe amarga cuando los dulces de tu compañía se desvanecen. Las sombras se ven más finas y yo me quiero ir a acostar, huele a ganas de vomitar, vomitarlo todo y no dejarse nada dentro. También se oyen náuseas, como las de la promesa de un nuevo día, de vino ahíto, borrachas de la diversión hipotecante de hipotecar lo que no tiene nombre. Me dan las dos, también las tres y me igual. ¡Es basura!, ¡basura! ¿Me oyes? Pero la amo segundos después, ¿Qué más da si son horas?

 Aromas taciturnos de pan quemado en frente, para variar la estampa, cada quien a su mierda, no hay nada más que hablar. Así se le asesta la puñalada al día que está aún por empezar. Fatídica y pobre difunta de una vida despreciada. Se oyen pasos, pero no se ven huellas. Se escuchan risas, pero no se saborean silencios,  se deleitan almas, pero no sobreviven cuerpos…



Aquí convergemos los que no debiéramos, en una paz de rencor y centinelas, subsiste quién no le corresponde, frente a quién lo debe todo.  La ciudad es escoria, pero nuestra escoria. Como el último baile resonando en bucle por miedo a que se acabe la actuación, para ganar tiempo. Somos en efecto, la mayor gentuza que tendrás el poco honroso honor de tratar, nos buscamos en el tiempo ya encontrado.  Ámanos.

Porque somos colores, los colores de tu avidez, los que evocan sin perdonar, los de siempre jugando a improvisar cómo simplificar la enrevesada simpleza de lo ecléptico, los que se han cansado de encontrar y han venido a buscar,  los colores que respira el aire, y hasta la no pintura del edifico gris.




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