viernes, 24 de abril de 2015

A Goya Lo Respeta Todo Dios

Quiero dedicar esta entrada a Alejandro Mendicote, porque como solemos sostener por aquí; no hay mejor amigo que un desconocido que nos brinda la palabra.
Empecemos el fin de semana reflexionando un poco para dar la vuelta, volver al mismo sitio, y ratificar lo de siempre improvisado. Me da apuro decir que vamos a filosofar asi que digamos que hacemos ejercicio de pensar en vivir, y nada más...



 Un loco, un señor cabal ¿Y por qué no?  Serio, imponente, “un rana” del siglo XX ávido de perras. Un genio. Nadie vacila a la hora de venerar a Goya, y con razón.  Y es que la subversiva caricia de una hostia bien distribuida es lo que tiene, que promociona autoridad inquebrantable. Aún cuando ya alejados del cliché heroico, sale a relucir una figura que sangra, se erecta y besa como cualquier otra. No tan alejada de la fulana estampa presentada con coleta, o una palestina. 
 No obstante, respetar a Goya no vale para absolutamente nada. Porque respetar a Goya no está bien, y no dudo en manifestarlo. Porque Goya es cómodo de respetar; Primero porque está muerto, y los muertos viven más. Y segundo porque todo el mundo lo reverencia ya.                
 ¿Acaso hay algo que respetar? ¿Elige alguien arriesgarse al respetarlo? Porque el respeto es la ética llevada a la práctica, y por consiguiente, “La osadía de lo que está bien”

Respetar es no solo tolerar que el marica de la esquina le coma la boca a tu vecino del 4º, o que la gorda del barrio salga con una minifalda y enseñando más jamones que Navidul en una fiesta de Bertín Osborne. Es bajarse al portal y darles las gracias a gritos, es aplaudir después del vituperante espectáculo, es entrar a un baño de tías siendo transexual, y con dos cojones ser tú la que te quedes mirándolas a todas. Eso es respeto. Ir más allá de lo moralmente bien, estar por encima, y por consiguiente en lo usual de los acontecimientos, ser una persona tremendamente desagradable. Y extasiarse, extasiarse con el placer de ello, como el de la buena literatura, que es criticada por hacer lo que ha de hacer, follarse al lector. El respeto es también una flagrante violación a lo impuesto, un “Eh, tú, quiéreme, pero no lo necesito”
Porque a jugar a ser hipócritamente condescendientes podemos jugar todos, y no sé que es peor; si escupirle un par desprecios al raro, o dejar que la víctima pase siendo juzgada en la amalgama de un silencio repulsivo y la sonrisa de casting barato. No, y todavía tendrá que mostrarse congratulada de que lo dejen pasar como si fuera persona. Me hace gracia, la discriminación positiva, es el mal más aberrante, intangible como la superioridad del retrasado del que bebe, etérea y no. Es frustrante.                               
 Y  veo a madres, sí, dándole de comer a la frustración cuando tratan de enseñar a sus hijos el esto está bien, y lo otro mal porque sí.  Me recuerdan a los artistas que le quieren dar la vuelta a un concepto, solo que al revés, con la felicidad estúpida y axiomática a la ignorancia. Si volviera a ser niña no le haría caso a nadie, los adultos no heredan más que complejos, iglesia, y hasta partido político. Debería ser un delito matar un solo ¿Por qué? O un ¿Y si…? infantil.                             
El que quiera aprender a vivir que se pase por la puerta de un colegio, los niños nacen sabiéndolo todo ya, son la escuela de filosofía más rica. Lo único que se puede hacer con una obra en equilibrio es corromperla.                                   
Y sí, de corromper va la cosa, de miedo y de volverse un animal, un animal social. Al principio somos lo que somos, luego aprendemos a sobrevivir. Y de forma recurrente vuelve a ser un problema de naturaleza contra racionalismo. El que no conoce la oscuridad, no le tiene miedo, teme a lo desconocido, pero no tiene una figura personificada a la que temer, luego a la oscuridad, en sí misma no la teme. El problema viene cuando aprendemos que “esto” u lo “otro” está bien. Ahí empezamos a ponerle cara al mal. A recelar de todo y cuanto atente contra la doctrina, porque nos ataca, es oscuro porque es ciertamente incierto. Mantenerse con vida es lo más "cómodo", pero llevarse por lo que es cómodo es volver a ser un simio, vestido con un Armani.


Así que no, respetar a Goya no está bien, precisamente porque no hay peligro de nada, es lo que hay que hacer, respetarlo ¿Dónde está la pasión inherente a la sublevación? ¿Dónde la contingencia prevista? En un mundo irrelevante lo único transcendental es el cómo, y no el qué. Y estoy segura de que los únicos que lo entenderán, serán los dispuestos ya no de morir por una idea, si no de vivir con y por ella, ahí está la gracia.
La diferencia radica pues, en aceptar el derecho de “otredad” ajeno, y amarlo, a riesgo de que me mate, es más, posiblemente lo haga, porque ¡Qué coño! Es fea, pero… ¡Qué bella es! El amor es lo único que nos salva, aunque suene ñoño. Y parecerá una nimiedad pero, entre hacer una cosa porque sí y hacerla por mero convencimiento cabe un mundo, lo cual desemboca en que la única facultad que legitima el respeto es tener la autoridad suficiente como para decir “no”, y aún así elegir el "sí" porque ha de ser así, y no porque tenga que ser así. ¿Y qué queréis que os diga? Respetar a un hermano me sigue pareciendo uno de los mayores placeres que tiene esto de ser consciente de que voy a morir, y mira que han inventado placeres...
Goya no me merece mayor respeto que mi vecina, la que se esconde detrás del bisel para otear las malas nuevas del barrio… Francisco, ese tío sí que mola

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