Historia de una de mis historias...
Era jueves, y allí estaba ella, camina y pasa, yo me detengo
y veo, ella en zapatos negros yo en mis gafas de miope. Perfil perfecto
aerodinámico, cortando el aire a cada paso. Yo, absorto en las que eran mis
ideas sólo sé que la vi entrar… Se sienta en frente, no lo dudo un instante y
pregunto, aún intrigado por la luz que radia, su nombre.
La palabra que vino
después hondó en lo más profundo de mi ser. Su nombre se aferró sin vacilar en
mi mente, y tengo por seguro que allí se quedará.
Busco una mirada
furtiva, un gesto, un comentario. Encuentro, no sin insistir, su alma en sus
preciosos y marrones ojos.
- “Qué hora tienes”-
Preguntó, quizás para entablar conversación – “Son cuarto para las
diez”- Y cuando escuché su voz aseguré que existía dios. Y en ausencia de un
buen comentario pensé que me gustabas para cuñada de mi hermano.
Quedó la cosa ahí no sin antes volver a verla ir.
Mis tiempos eran más
que inciertos, y ella no era ni de lejos el tipo de mujer cuyo amor se me
borraba con el café del día siguiente, el prototipo al cuál mi colchón se había
acostumbrado en demasía.
No, ella era
diferente, ella portaba algo más y carecía de otras tantas, que tuve que
descubrir tiempo después.
Pareja dijeronme que
tenía y aunque eso nunca fue un inconveniente me entraron reparos. Acaso era
que me importaba aquella desconocida??
Pasó algún tiempo
hasta que la bendita inexactitud puso en mi camino a una niña, porque para mi
lo era, que volvió a deslumbrar de nuevo, de forma definitiva esta vez.
Poco a poco la fui
conociendo, suavecito, sin afanes de imponer, con la característica axiomática
del tacto de mujer, y en el caos de un infierno instaló su gobierno, y arrasó,
suavecito.
Los problemas no
tardaron en surgir, la pérdida del norte a veces era mi mayor fantasma. Supe
desde el principio que las cosas no serían fáciles.
Ocho veces juré que era la última, ochenta más me arrepentí.
Sabía que su amor no pasaba más de lo profesional. Pero disfrutaba de todos y
cada uno de sus gestos, miradas, roces, palabras… Que me elevaban como agua en
el desierto.
Quizás, y puede que
ese fuera mi mayor error, obvié quién realmente era, una niña, hasta casi mayor
de edad, pero una niña joder… No obstante, a ratos, creando dependencia me
mostraba a la mujer de la que me había enamorado.
Inteligente,
atrevida, dulce, y esa mirada… No existen palabras bella que le hagan justicia
a esos ojos que expresaban mucho más de lo que decían.
Amaba a aquella
mujer, pero yo bien sabía que era una quimera su reciprocidad. Una potencialidad,
pero no una cualquiera, era el alma mather a la que amaba.
Tenía una cosa clara, podría haber optado por querer a la
niña, pero no quise que fuera una más. Aunque quizás no hubiese sido difícil
del todo hacerlo. Sabía que bastaba con ignorar para suscitar interés. No hay
nada que les suela reconcomer y cree progresiva dependencia.
No hay más que ver al
tipo que solía acompañarla; Desprecio por nombre y puerilidad por apellido.
Pero no quería eso
no, no así… Yo quería más, quería darle mucho más de lo que tenía. De algún
modo yo lo necesitaba también.
Pero seguía empeñada
en vivir con la mirada encuadrada, yo tenía por seguro que algún día abriría
los ojos, pero algún día no es hoy. Siempre he sido de los que quiere ver
progresos cada día.
Me precipité, de eso
no hay duda, cuando jugué de forma patética las cartas que me habían tocado.
Quizás no fue tan mal, pero tampoco lo bien que me hubiese gustado y que tanto
ansiaba, ni como ella realmente se merecía y merece.
Y ahora qué?? “La
noche tiene traje de esquimal, y tu buscando acción en la tv. Si decides verte
bien pórtate mal, y de portarte mal avísame… No sabrás de los regresos sin
partir ni sabrás lo que te acabas de perder” “Buenas noches, mi niña buena. Te
mereces un diploma, moralina por andar inmaculadote en la pena por perderte
tantos besos en la esquina.
Mientras tanto ella
camina y pasa, yo me detengo y veo…
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