La plusvalía banal del mal.
Nos gustaría, al menos
a un servidor la expresión de una palabra, un concepto que condese una
filosofía entera. Algo así como mi desconocido e ilustre “ΩΒ”. Alejado de
sandeces y de grandilocuencias vacuas que no conducen a ninguna parte. Quiero
gritarlo al circunspecto viento y
cometer los errores más grandes del mundo.
Pero la complejidad me ata, y aunque intente
precisar algún aspecto, por un lado me da miedo, pavor más bien, simplificarlo
tanto que se opaque deformándose como tantas otras expresiones se han
difuminado en el tiempo ya marchito… Por otro lado, amo la posibilidad que
muere en cada instante.
Le he dado una
vuelta a la concepción del mundo y no me arrepiento de nada. Me he cruzado con
todo tipo de fauna.
Perros que levantan el mundo a sus espaldas,
glorias de pasados tan pasados… y sus sueños, que por puro merodeadores han
acabado suicidados en la tahúr rutina del “hoy no”, he conocido héroes
anónimos, y a otros que no lo son tanto.
He vivido con ellos, he muerto, y me he vuelto
a levantar.
Pero nunca, nunca había encontrado alguien que
con tanto ahínco me plante cara sin saberlo.
Hacía ya mucho tiempo que no encontraba quién
me pudiese ganar. Y más que exasperarme, que también, me fascina.
Representa absolutamente lo contrario a lo que
cabría esperar, se podría decir que a priori odio hasta cada uno de sus
ademanes.
No obstante, al mismo tiempo en mi consciencia
del inconsciente se que envidio y amo desde fuera su situación. No os
confundáis como a priori puede hacerlo yo, no la amo a ella. Amo una situación
y una realidad que consciente o inconcientemente deje escapar. Creo que puedo
decir conscientemente, es más, lo aseguro. Pero no me preguntéis luego porque
puede que algún momento niegue algunas cosas.
Y si no me arrepiento de que esta hipotética
situación se escapara es porque no puedo ni tampoco quiero arrepentirme. No
quiero querer, por decirlo sencillamente.
Aunque por otro
lado, es inútil “creer que querer es lograr olvidarlo”. El fantasma me acompaña
errante, ora cobra fuerza, ora parece quedas opacado. Pero siempre presente.
Y en ese momento ella es capaz de ganar sin
conocer las reglas, pero no porque me atraiga ella sino porque porta muchísimo
de lo que un día deseé y hoy a ratos ahogo. Ratos de meses o ratos de minutos.
¿Acaso hay alguna diferencia? Pero en el fondo, en el traslúcido fondo, se la
realidad…
Dejarla escapar (la situación) por conveniencia, por
intentos de convicción, real o no, o por pura cobardía pasiva. ¿Fue un error?
Tengo muchas respuestas, y sólo puedo decir que hoy se que la cobardía pasiva
se me ha cobrado ya lo que estimo demasiado. Y sinceramente, tan sólo busco
alguien con quién gritar las convulsiones que nos revivan el instinto y
encontrar magia, y la pasión, y la realización y un punto de locura mordaz.
Hace años que no
tengo una casa, tengo ganas de poder llamar a algo mío y vivir bajo mi tutela,
estoy cansado, sí. Pero también tengo ganas, no obstante, de seguir luchando,
no conozco otra vida.
Y mientras tanto
otro rayo de omisión que nos regala la subsistencia cotidiana aparta de mí la
genialidad del conocimiento y me aparca ilusiones de reseción. En ese momento
arrugo los ojos para evitar los reductos mundanos de la luz, “recito la oración
de siempre para cumplir con dios y acto seguido en el pecho me dibujo una cruz”
Todos necesitamos una autoridad por encima de nosotros.
Yo además necesito el dolor, para comprobar
que en mis tragedias épicas sigo vivo, para diferenciarme de los fantasmas,
para simplemente no ser quién es el que no sabe quién será.
Adoro los papeles
en blanco para modificar el mundo; me da apuro decir que creo vida. Porque en
cierto modo no lo hago, porque… bueno eso ya es otra historia.
Y el silencio, que
es el sonido más bello del mundo.
Adoro la crítica de
los diarios y a veces hasta la publicidad.
Me he pasado la
vida buscando justificaciones para estar prevenido a las preguntas que puedan
surgir, también adoro improvisar porque amo la inexactitud de lo incierto bien
certificado.
Y si hay algo de lo que estoy seguro acérrimamente
es que el mejor momento es ahora mismo. Ahora mismo es exactamente, el mejor
momento. Y me esfuerzo de veraz por hacer el mejor momento hoy, y no mañana.
Siempre quiero un asalto más, porque incluso
cuando todo está perdido un asalto marca la diferencia entre vivir y estar
vivo.
Odio la
indeterminación, la frustración como bandera fulgurante, el miedo baldante, las
medias tintas y hasta la línea recta.
Me exaspera la
inoportunidad y el no saber estar.
Tan sólo necesito 3
cosas para escribir; enfado, silencio y una palabra; un concepto que englobe
toda una filosofía, una chispa que encienda las llamas de las bellas musas,
alejado de grandilocuencias y sandeces.
Cuando escribo me
gusta irme para poder volver, disfruto cuantiosamente de todos los caminos
habidos y por haber, y es que lo mejor de perderse es encontrarse. Todo lo que
hace falta es un vacío que llenar, o un lleno que vaciar, mire usted por donde.
Volviendo al tema…;
las victorias han marcado mi vida, me han hecho regalos que nunca podré
agradecer suficiente. Regalos envueltos en capítulos envueltos en melodías
atronadoras, sutiles, cómicas, fascinantes, incomprensibles, embriagadoras sin
duda… Hay pocas cosas que sean capaces de enmudecer mis palabras acortándolas y
no dejándolas fluir. Decir victoria las enmudece.
¿Y qué si son enmudecidas? ¿Y qué si no cabe
decir más que fluir, fluir de forma improvisada? A veces nos empeñamos en
buscar males en forma de palabras, de darles una analogía. Creando redundancias
una y otra, y otra vez. ¿Qué más da? Porque al final, en este caso, ya hagamos
elaboradas elucubraciones u osadas decisiones, todo desembocará en fluir. ¿Y es
que si me han regalado tanto? Como no dejar fluir, de forma consciente, crítica
y personal de acuerdo. Pero fluir. A veces no hay otra manera de descubrir
nuevas felicidades que siendo feliz.
Porque buscarle
sentido al idioma del mundo, a lo verdaderamente importante y donde radica
nuestra alma, no es más que buscar una plusvalía banal de nuestro propio mal.
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