martes, 20 de mayo de 2014

Mira Lo Que Hago Mamá




Nos pasamos el camino solos, bulliciosos en las letras, perniciosos en el vicio, aletargados de verbo. Las palabras al final son las mismas, todos queremos pan.Ya he apuntado que la excelencia radica en emocionarse y emocionar.
 ¿Pero donde radica el emocionarse?

 Aquí hace tiempo que nadie es perfecto, que nos ahogamos, que nos pisamos si la ocasión lo amerita,  porque por naturaleza siempre intentamos salir a flote, sí. Y es eso, la naturaleza, precisamente, lo que nos lastra...
 Precisamos acérrimamente ser felices, lo ahelamos... Si es que hasta a veces somos felices pensando en serlo. Y si no lo somos... Nos lo inventamos, nos inventamos cualquier excusa. Unas gafas de sol que esconden la lágrima que cae y que limpia una vida herida.
El maquillaje que tape los desvergonzados resquicios del día anterior, las marcas de un futuro se vino ayer, y hasta la línea recta...
Vestidos con la ropa más cara de la tienda para obviar la belleza inherente de la desnudez. Postergados y subyugados a una autarquía déspota que me insulta, que se ríe con risa de retraso. Y que aún así se pasea por las incausadas causas de la satisfacción plena.
 Esa que no se mira al espejo, y que se deja ver con el cartel de alienación colgado al cuello. Cual héroe de cantina, cual esperpento abundante, muy a mi pesar, en cada esquina.
Me desespera que el ignorante de al lado no sea capaz de amar a lo que no es y es sin serlo, el conocimiento. Y que asocie la genialidad más pura, con la mediocridad de medio pelo y tinta.
Mientras tanto mis versos se desperdician en la almohada, mis letras ruedan calle abajo sin un lugar, y mi prosa sigue esquiva, esperando esperanzada, calle arriba.

Todo escritor tiene un poco de "mira lo que hago mamá", y es eso precisamente nuestra mayor baza, y nuestro peor miedo. Por un lado, nos hace peculiares, nos otorga un nombre aparte, por otro, nos hace peculiares, nos otorga un nombre a parte… Nombre que hay que mantener. No de cara a los demás, la gente ya valora más un título ribombante que una buena sombra, no. Lo difícil de mantener es al tipo que aparece en el reflejo de la ventana cada día, a ese cabrón hay que mantenerle el ego en su justa medida. Y es simple diría yo… Basta con evitar que quiera a ir a más, mientras se despeña.
  A sí que sí, emocionar, trasladar… Escribir… “Mira lo que hago mamá”


 No nos engañemos, el convencionalismo social queda muy señorial, hasta heroico diría yo. Pero la naturaleza intrínseca de nuestro ser, de la que antes hablamos, prende la mecha de una dualidad antagónica que nos acosa. ¿Para qué ocultarla? Ni que se fuera a desvanecer por el mero hecho de rehuirla…
 Por ahí escucho historias que hablan de igualdad, de justicia con la boca ancha, de sabiduría con las premisas en el aire, de respeto pero con escrúpulos preenjuiciados. Y yo me pregunto; ¿Acaso no se alegra el médico de la enfermedad ajena? ¿O el abogado de la trifulca social? ¿Si me percato de una herida sangrante, debo dejar de explotarla? ¿Acaso me compete a mi que un insensato se suicide? (Pero eso es otra historia)…  Dejaros de eufemismos que insultan a la razón, pues la tolerancia no pasa por entenderse necesariamente, si no por aceptarse. Tal como la luz que no deja ver el sol,  la belleza a veces radica en que sea tácita, y hasta taciturna, dentro de su propio mundo. Para que luego resurja bendecida por el don de la supremacía.

 Simplemente es aceptar que no sabemos aceptar lo que deberíamos aceptar, como aceptado. Y aunque más plausible sea construir castillos de naipes tan volátiles como su Raison d'être, la providencia no se esconde tras sus acotadas esquinas. Ya lo he apuntado en más de una ocasión “El amparo de cuanto es ilegítimo tiene fecha de caducidad”

 Y para mi no hay diferencia sustancial entre la niñata que se pavonea tunante fingiendo una vida, y el anciano de pueblo que se sienta con sus contemporáneos a quejarse de lo de siempre, con las cuatro únicas palabras que ha aprendido en los últimos setenta años.

No veo diferencia, entre la mujer florero descontenta sexualmente que ahoga sus penas con materialismo estúpido y presuntuoso, mientras por un instante su presuntuosa actitud la evade de un contexto que la abruma. Y el borracho de la cantina de abajo que pretende que sus ansiedades se desvanezcan como la virilidad en Gran Bretaña.

O el grandilocuente y redundante escritor de medio pelo, que ahoga sus consuelos en la tenue luz de una vela que hace las veces de farola o pistola, mientras critica con sentimiento vacuo cuanto se le amerita, que es todo, para darse una importancia que no le esperó. Y el matón de pueblo que amenaza lo que puede, que no lo que debe, picoteando de lo rastrero y perecedero, siempre al lado del más débil, pero jamás en relativo al colosal.

Yo veo diferencia, sinceramente, entre tú, o yo… Y aquella niñata, o el anciano, o la mujer florero, ni si quiera distamos del borracho, o el escritor ese que no quiere ser un loco, tampoco lo somos del matón… Porque sus personas están dentro de todos y cada uno, sus miedos, sus inquietudes y fantasmas son los mismos. Al fin y al cabo todos incluimos y comedimos los mismos males pandóricos.
Y sin embargo, cual chiste tan macabro como irónico, los itinerarios que se usen para  exorcizar los males de cada quién son muy heterogéneos, y necesitamos que alguien los apruebe, claro… ¿Cómo los escritores no vamos a buscar eso de “Mira lo que hago Mamá”, si lo que vivimos y hacemos no es más que una fotografía de las realidades que nos tocaron vivir en el momento de concebir?

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