domingo, 28 de abril de 2013

Bombillas Que Se Mecen



 Una luz en forma de bombilla que se mece atada al techo por un solitario cable ilumina la habitación.
 Titubeo antes de entrar, mis únicos amigos son las plegarias que encauso encomendándoselas a los hados de mi suerte. El ritual continua cuando tras de mi aparco las recesiones que me atan a la paupérrima espera dilatada de encontrar lo que no tiene nombre…

El vestuario es el hotel de medio pelo de aquellos que se regocijan en el desconsuelo de las cuartadas sigilosas de pretender todo y nunca, jamás, acertar. El destino.

 Lo miro a los ojos, reconozco al rival al que le reservo aguardado tanto rencor, ahí esta mi enemigo. Siento sus ansias, embriagadoras, caóticas, destructivas… Perfectas. Sus miedos, sus anhelos, y bebo… Bebo cada gota de su sangre.
 Los ojos a los que tanto odio les tengo reservado fijan ahora su atención en mí. Todo se opaca, desenfocado en la mundanidad del instante se pierden los recuerdos triviales y sólo estamos ambos. Cada uno de pie frente al otro, reuniendo colección vasta de veladas y no pocos gloriosos días de gozo. Pero hoy sólo importa lo que somos, y sinceramente, no se lo que somos…
Ninguno de los dos ha venido a perder, uno saldrá con los pies por delante.

 Pasa por delante de mí con esa mueca disfrazada de maldita sonrisa, no me engaña. Se que tiene miedo. Y eso lo hace peligroso.

Son las 6:53 y el calor del pecho me roba el aliento, pero hoy no es día para perderlo, ha decir verdad nunca será ese día. Retruenan cual martillo colisionante 2 palabras en mi cabeza. Tan sólo 2. Y en ese momento cierro las puertas del abismo inquebrantable por un momento, ha llegado la hora de no poder echarse atrás.

Clamores que me elevan son la razón de estar aquí. Rabia, dolor y superación su alimento.

 Vendas bañadas con dolor y lágrimas son las que adhiero a los nudillos, y las aprieto fuerte para no dejar escapar los pocos reductos de cordura sensata que aun hoy me quedan.
Y aquellos viejos guantes…oh, podría estar hablando horas de ellos. Que tantas veladas han conocido, deleites corrompidos por mis memorias turbias, melodías acompasadas en la amargura de mis grandes victorias solitarias. Gloriosas, mudas para el circense grupo de marionetas.
Con los guantes ya en las manos los aprieto hasta notar como empiezan a rasgar. La sensación de cómo una gota de sangre que se desliza sigilosa por cada pliegue y hendidura de la mano desemboca en un chispazo que me recorre lentamente desde el pelo hasta la punta de los pies.
Botas para hacer sonar los pasos de cada golpe que voy a ajusticiar, pantalones cortos para no claudicar mi libertad y vaselina en forma de sudor para aguantar los golpes indebidos.
Amo el dolor, me hace sentir vivo, es para lo único que he nacido y me encanta bailar con él. Controlarlo es mi satisfacción, valerme de él es mi cielo…

 No preciso de más, se que es el momento. Porque es el momento que yo he elegido.

Hora de visitar el purgatorio…

Retruenan los gritos propios de la muchedumbre que espera un gran combate. Hoy se juega un título que no es mío, hoy soy el extraño que viene a arrancar el respeto a golpes. Hoy las miradas malintencionadas disfrazadas de indiferencia pero cargadas de pavor y envidias intentan acomplejarme…
Ilusos, risa es lo que me provoca. Me gusta llevar la corona de espinas de los que se salen del corral. Y es que los gritos de sus ojos delatan mordazas que más que herirme, me corroboran que voy por el buen camino. Ahora me temen…

Suena mi himno, las puertas se abren y llega mi turno. El pasillo hasta las 16 cuerdas es un hervidero de luces, sonidos y sensaciones. Visualizo mi meta y parece más bella que nunca, su esplendor nunca había brillado tanto. Vuelvo a pensar que hoy es un gran día.
Salto a la lona, el mejor y más dulce suelo de cuantos he tenido la suerte de pisar. Me arrodillo ante mi poste, vuelvo a realizar mis plegarias tal y como se dicta y me dicto, saludo mostrando mis respetos al público y aguardo….

Tras de mi ahora, mi rival hace su entrada. Prepotente, con esos aires de superioridad tunante que poco tienen cavidad en este cuadrilátero. Es aclamado por el populacho, los mismos que ayer lo condenaban hoy lloran de alegría por el púgil que viene a defender el cinturón de sus lares.
Se sube a la lona y nos quedamos observándonos sin sosiego, sé que el primero que baje  la mirada habrá perdido el combate antes de empezarlo.
 Se acerca el árbitro, nos recuerda unas reglas que bien sabemos, levanta al aire la tapicería que representa mi mayor deseo en el momento.
Me dirijo por última vez a mi esquina, miro por última vez al público, y mi alma sonríe porque aún rota nunca había estado mejor. ¡ ΩΒ!

Suena la campana, con respectivas manos izquierdas nos saludamos, acto seguido propino un jab, rápido pero amenazador cual directo a la mandíbula amagando un esquivo, mi rival, que entiende perfectamente el mensaje toma una precavida distancia. Bajo la guardia premeditadamente, me acerco osado a mi enemigo con agresividad, quiero sentir los golpes, quiero estremecer sus nudillos contra mi cara, El dolor me hace sentir vivo. ¡Uno, dos…! Vienen los golpes de mi rival que no desperdicia la ocasión, ¡tres!, que golpea con saña mi cara… Mi guardia que estaba baja se escapa de su campo visual, y antes de recibir el cuarto, se eleva en un gancho de derecha. El guante carmesí impacta en su mejilla izquierda. Sus ojos se cruzan en ese instante con los míos… y silencio…

Ha caído, el estadio enmudece consternado, nadie espera que se levante, yo se que si lo hará. Tras la cuenta de la séptima, el defensor del título se levanta. Y es entonces, y sólo entonces, es cuando comienza el combate.
Los asaltos continúan raudos y sin tregua, algunos para él, otros para mí y continúan sin paréntesis los intercambios de golpes nadie da su brazo a torcer.
Llegamos con escollos al último y duodécimo asalto, yo ya no estoy para combatir caeré en cualquier momento, esta es mi guerra y pienso terminarla. Suena la campana, mis ojos se vuelven a poner fijos en él, como lo odio…, se que caeré pero caeré de pie.  Ya nada importa me lanzo sin complejos a lo que es sin duda una contienda suicida.

 Quedan 20 segundos y aun no he caído, mi enemigo no es capaz de terminar lo que empezó, lo tengo acorralado en la esquina y me ensaño, me despediré por todo lo alto…

Suena la campana, fin. La muchedumbre que con tantos desprecios me intentaba menguar ahora se haya muda, saben que no han sido capaces de ganarme. Pase lo que pase esta noche, no he perdido. Me he ganado el respeto a base de golpes.

 La jueza se levanta, vestida de azul para opacar el cielo, narcisista en sus movimientos, sabe que todos la miran y que ella es la que tiene el poder de la decisión. Poco me importa, sin embargo, lo que me tenga que decir. Su criterio ya no me dice nada.

 Mi rival respira agitado, está nervioso… El combate se declara nulo, no ha podido vencerme. No perderá el título,  No se puede decir que yo no lo desee pero… mi objetivo siempre había sido más elevado, aunque ni yo mismo quería ver cual era. Y hoy lo había conseguido. Me acababa de dar cuenta, el cinturón es lo de menos. Bajo de la lona con la mirada fija y la cabeza bien alta, hoy me llevo algo más.

Llego al vestuario, vacío, solo y frío. Como a mí me gusta. Me siento, me quito los guantes, y aún con las vendas el enrojecimiento de los dedos es más que notable. Reparo en un lavabo que está a mi derecha. Antes no estaba… Me acerco, y una gota se que se desliza sin complejos por el grifo propicia un ruido sordo. Levanto la mirada y ahí está él, mi enemigo. Frente al espejo.
 Lo miro… y me mira. Levantando el puño doy el mayor directo que he dado en mi vida, contra el espejo, haciéndolo añicos… En ese momento, se que no se levantará. Hoy he ganado algo más …

Y entonces, una bombilla que se mece atada al techo por un solitario cable ilumina la habitación

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