Saber qué escribir es cada momento es un juego de clases,
todos tenemos algo que decir, saber cuando y donde expresarlo es lo que
mundanamente suelen llamar talento.
“El diablo y Dios tienen una pugna para ganarse a las todas
almas de la humanidad. Sólo hay una regla; no vale el contacto directo… Sólo
nos susurran. Yo veo cada día a sus subordinados; a los pies de mi cama, en la
entrada del balcón o simplemente en la habitación de al lado. Esperando, a
veces con una sonrisa de oreja a oreja, a veces etéreos como su propia
naturaleza existencial. Nunca me hablan sin embargo, sólo se quedan ahí,
esperando… sonriendo… pero me dicen más de lo que podrían decir con palabras.
Sus voces nos pueden
llenar de coraje, de entereza, de osadía… Nos envenenan con sus lenguas
viperinas, nos llenan de incertidumbres, baldan, incluso, no pocos juicios. Sus
interacciones nos llenan de impaciencia, de esa de querer expresar tanto y
nunca poder llegar a hablar. Las encrucijadas no son más que la dubitación
entre el “bien” y el “mal”, hay quién lo denomina relatividad…
¿Somos putos peones en un juego macabro? ¿Todo forma parte
de una exquisita comedia? De ser cierto estaríamos matando a demasiadas
personalidades y me niego a cometer más crímenes por hoy…
Cada hombre lleva dentro de si una dualidad mortal que
borbotea sedienta de la sangre austera de la realidad que se desvanece en cada
instante, su lucha inconclusa es la metáfora perfecta de la pugna que mantienen
el diablo y Dios.
Hoy, día 22, cuando ya septiembre me suena tan lejano… he
venido a contar mis verdades en forma de historias, verdades que hoy suenan
amargas, que sin más compañía que si mismas se suicidan en el silencio de las
noches y los días desamparados.
Mi primer amor se
olvidó de mi una tarde universitaria, nos juramos amor eterno cuando jugar a
ser mayores no era más que eso, un juego, cuando los miedos más que miedos eran
teorías infundadas, cuando no éramos más que dos niños que se conformaban con
mirarse a los ojos. Años después descubrí que cambió el mar que se dibujaba
desde su ventana por noches de risas, sexo y libertad.
No parecía más que una figura de esas que la niebla se lleva,
o que por una razón u otra se encuentran inmersa en ella. Estuve a punto de
tocar su timbre, pero una vez frente a su portal en la tarde sevillana, sólo me
atreví a dar unos tenues e insonoros golpes en su puerta. ¿ Quién era yo para
arrastrar a las penumbras del sufrimiento a alguien más? Había crecido,
madurado tal vez, y desde aquella mampara parecía hasta feliz… ese día comprendí que los sueños no se hacen
realidad, que las almohadas son malas consejeras, que el amor no espera y que
si espera, ya pasó… Aprendí a asumir errores, a no culpar a nadie de mis
temores y a coger lo que quiero como quiero.
Vinieron días de secundaria, de hipócritas, falsos amigos y
desengaños por platonizar a los mortales. Vinieron tiempos de lucha, de
cóncavas ilusiones, y hasta inocentes convicciones. Mi orgullo miedoso me
impidió ver lo que tenía enfrente, y en la escoria putrefacta en la que se
convirtieron, años más tarde, amigos y compañeros. Sólo por dejarse llevar por
soplapollas con graves carencias emocionales y afectivas, sólo por ser en la
mediocridad de la aceptación ingrata y dejarse ganar por el temor de no
intentar vivir bajo sus propias reglas, por si algún día se equivocaban y les
colgaban la corona de espinas de los fracasados. Yo nunca quise mediocridad,
aunque si que quise aceptación ingrata. Gracias a Dios no tuve ni lo uno ni lo
otro.
Sigo lamentando a día de hoy la suerte ajena de aquellos que
se dejaran llevar y me dieran la espalda cobardemente un día. De esos que hoy
ríen, piensan y actúan en grupo, porque ya no les queda otra, pero que cuando
pasan a mi lado sin más compañía que sus débiles argumentos no hacen más que
mantener la cabeza gacha y tragarse la lengua a cada paso, antes de que se las
hagan tragar.
Nunca tuve amigos en mi infancia, los desterré a todos, les
giré la cabeza al pasar por la acera con el pretexto de que no me gustaba la
puerilidad, y era cierto, yo nunca fui un niño del todo. Viví en mis
ensoñaciones hasta que un día la veracidad llamó a mi puerta, y por ella empezó
a entrar gente, todo tipo gente. De esas que susurran sus profesiones en voz
baja, de las que te pican el ojo cuando entre negocios dicen que pasan sus
días, de las que de escoria las catalogaría quizás algún sector de la sociedad,
de las que, en definitiva, te demuestran que no existen tonalidades absolutas,
ni el bien ni el mal, sino situaciones, momentos...
Me enseñaron, algunos
por interacción directa, otros por abstracción propia, que vivir bajo tus
propias normas, y en definitiva, ir contra corriente tiene un precio. Un precio
muy caro que se empieza pagando con la incomprensión de tu entorno. Y aunque
todos tenemos una meta en común, ninguno sigue un camino idéntico.
Los caminos son inescrutables, he hecho muchas cosas malas,
cosas que no interesa decir
explícitamente porque no constan, o no interesen que consten precisamente,
cosas que me han marcado de por vida y que he tenido que aprender a convivir
con ellas. Cosas a las que me he visto obligado a hacer. Pero que
indirectamente son un regalo. El resto de la población no ha tenido el regalo
de elegir como y cuando vivir, yo sí. Es por ello que mi mayor tesoro es mi
camino. Y es que en definitiva puedo decir que he vivido como he querido. Eso
no lo puede decir cualquiera…
Otra etapa se le abrió a un taciturno chaval de pocas
expectativas de reconciliarse con una entidad humana que nunca le había tendido
mano alguna. Etapa que me permitió cambiar de itinerancia, pero con unos
resultados a fin de cuentas muy similares. Yo no los necesitaba, ni ellos a
mí... Y así se puede decir que convivimos, con una cierta “paz” de cara a la
galería pero con un odio interno bilateral. Así que fue como en muchas mesas
garabateé “LMMSLD” La misma mierda de siempre en un lugar diferente”
Conocí el amor con la
que resultó ser una vecina a la que nunca había ido a visitar aún viviendo muy
cerca, he hablado de ella en alguna ocasión.
Aún recuerdo unos ojos marrones, labios que escondían una
lengua tan peligrosa como caprichosa, el tenue zumbido de su nariz al respirar
cuando estaba dormida, recuerdo perderme por su tez clara, su olor en la
almohada, fumarme su aliento y hasta aún conservo marcas de sus uñas en mi
espalda. Mentiría si no dijese que no disfrute de una relación tan enfermiza
como fascinante, nunca me dedicó mas de un “hola” fuera de la habitación
improvisada de turno, ya fuera la habitación de sus padres o un par de mesas de
instituto.
Ella siguió su camino, con sus inclinaciones y sus
decisiones, ni si quiera nos despedimos, simplemente un día se marchó y no la
volví a ver. No la juzgo.
Yo por mi parte tomé el mío, con caminos sin duda
curiosamente paradójicos. Y realmente hice cuanto quise. Decidí vivir sin
prejuicios, y sin juzgar a nadie. Me aventuré en memorias de placer, libre e
independiente de cualquier mente sentenciosa. De amores que se olvidan con café
y de confluencias que me llevaron a encontrarme conmigo mismo y me ayudaron a
construirme hasta el día de hoy.
“El amor nos hace
libres, y el placer nos acerca a Dios”
Me bajé de un tren que por unas razones u otras tomó caminos
que no sentí como propios, otras razones me llevaron forzado a abandonarlo pero
eso es otra historia…
El caso es que, y aunque en un primer momento creyéndolo
imposible, el hecho de volver a retomar de nuevo sin escollos lastrados un
nuevo camino me hizo conocer a una serie de personas que arrojaron ciertos
tintes de reconciliación con un comunidad marchita.
Gente con nombres y
apellidos, de los que están en construcción de si mismos. Y que de forma
pausada, y porque no decirlo, muchos de forma no explícita, me fueron haciendo
otro regalo con lecciones justamente en el lugar de las heridas que dejó el
pasado sin sanar. Algunas, porque en este caso tienen carácter femenino, me
demostraron contra pronóstico que existen flores en la basura, ilesos que aún
se pueden salvar en las dictaduras y manos hasta detrás de las caricaturas.
Recuerdo encontrarme una figura en concreto que me recordaba
enormemente a mí hace unos años, Quise ayudarla hasta el punto de atosigarla,
cada uno ha de aprender sus propias verdades. “Aunque poseas la verdad, nada te
creerás hasta que no te encuentres de cara con ella”
El hecho de ver crecer como persona a alguien contra todo
pronóstico, te abofetea (en el buen sentido, ¿Cuándo no es buena una
bofetada?), te hace volver a creer en la superación.
Ella también me
enseño muchas cosas con su actitud…
Conocí además, a otra chica, otra gran persona. Y es que si
bien no suelo dar ejemplos propios, esta es una ocasión especial. Alguien que
tiende una mano a ciegas sin conocerme de nada y sin cribar a las personas por
las primeras impresiones vacuas se merece por lo menos mi aplauso.
Con pensamiento
propio además, piensa, racionaliza y vive según sus métodos. No es una
marioneta borreguil y suicida. Será más o menos acertado su criterio, es lo de
menos. Donde radica la importancia, es que heredará a quién se encuentre una
relación de respeto y edificación. Y eso, sin duda, cambia el mundo.
El progreso va de la mano de las mentalidades, si
construimos una sociedad con personalidad individual, podremos crear una
sociedad colectiva.
Sinceramente no se que me deparará mañana, me preocupa lo
justo porque “El futuro llegará en su momento”, pero el presente subordinado
que pone cara de perro si se le da la gana se presenta como queramos
presentarlo. Se que los ideales se olvidan cuando se trata de poner un plato en
la mesa, que remar contra corriente puede terminar por cansar, y que aburguesarse está en el orden del día; hay muchos argumentos para ello, pero los detesto todos . Y me da miedo,
sinceramente, abandonar por voluntad propia las ganas de luchar. Me aterra que
me coma la desidia.
Son personas con nombres y apellidos las que me han demostrado y me demuestran que los que crecen y maduran son los que
mantienen la desidia a ralla. Mientas hayan personas con Nombres y Apellidos
habrá una ventana por la que mirar…
Gracias
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