Hoy ha muerto un comediante, las inconmensurables palabras
de un titán embravecido se han apagado para siempre. Las almas de los que un
día fueron dignos enemigos de su persona, hoy le rinden tributo silencioso en
la calma enmudecida de una noche que aún terminando, no termina empezar.
Las rosas se cierran temerosas de la ira de cuantos aún
hambrientos de soledad, atacan las fauces abiertas de sus semejantes en busca
de una horrible migaja roída y podrida que llevarse a la boca. Mis ojos se
cierran aletargados en un mar de monotonía fría, de versos vacíos, de
palabras vacuas, y de historias finitas…
Un rayo que estremece los corazones de los temerosos hace su
aparición, cual personaje secundario que llega de dios sabe donde para salvar
la escena, pero esta escena ya no tiene salvación. Hemos muerto para volver a
empezar a cometer los mismos errores que un día payasos tristes cometieron en
esta ciudad, ciudad que hoy es un circo ambulante.
Hemos llegado al estrellato, felicidades ladrones sin causa.
Porque no tenéis vida, no tendréis
muerte, no tenéis nada… Un aplauso comienza a resonar en la lejanía del
aparcamiento de al lado, irónicamente, como una risa macabra que nos anuncia la
llegada del día siguiente. Pero ya no importa nada, porque el sol ya no sale en
esta ciudad marcada con la sangre de los que un día decidieron abandonarla.
Desde mi hotel se oyen los disparos, deben de haber apresado
a la dignidad.
Ya no nos queda nada
a ninguno. Ni siquiera a mi, siempre tan perfecto, tan superior, tan vivo… Pues
aquí estoy, escribiéndole a una luna de hormigón mientas me plagio unas páginas
a mi mismo, para intentar volver a comer y respirar mañana.
Hoy a muerto un comediante y ha nadie parece importarle,
todo continuará su paso sin inmutarse lo más mínimo. No se oyen ruidos ni se
ven sombras. Porque ya hace tiempo que todo se oscureció tanto que no existen
ni lo uno ni lo otro. ¿Donde habrá ido a parar la luz? tan alejada de todos y
tan cerca de algunos.
Esta es casa de dementes, hogar de lo que abrazan a la sin
razón, y de los que como el comediante que a nadie le importa, susurran sus
monólogos en cada esquina. Siendo testigos mudos de la decadencia explícita de
una ciudad que ya ni intenta quitarse el fango de encima.
Nos encendemos un puro y vemos pasar el reloj mientras
esperamos sin prisas un final dilapidado, hemos malgastado nuestros recursos y
ya ni lágrimas nos quedan en los ojos. Más vale ir encendiéndose otro que
parece que la espera se alargará. ¿Qué más da si ya conocemos nuestro fin…? No
somos más que despojos y polvo que se agolpa en una puerta que jamás se abrirá,
y que jamás se halló abierta para nosotros, ni para nadie.
Las horas del puto
reloj pasan juzgando a inocentes y a la escoria por igual, mientras una ciudad
marcada por la gonorrea y el olor a mierda se despierta adormilada y perezosa,
tratando de encontrar la dignidad corrompida por ellos mismos.
Paso por al lado de ignorantes que confunden alabadas almas
muertas en naufragios, con héroes paupérrimos de bar de carretera, ahítos de
güisqui barato mientras se fuman penas, glorias y agonías, en forma de puros,
pollas y cigarrillos por igual.
Un día me contaron el secreto efímero de esta ciudad, y como
tantos otros aquí decidí tomármelo como una broma pesada, un chiste que no acaba
de terminar, pero que hoy toca su fin. Y mientras, paseo por las calles observando
con una sonrisa macabra dibujada en la boca, los horrores ambulantes que se agolpan
sin complejos por una ciudad que hoy no existe.
No podemos esperar
nuestro fin eternamente.
Hoy ha muerto un comediante…
No hay comentarios:
Publicar un comentario